miércoles, 11 de mayo de 2016

LA GUERRA NO TIENE ROSTRO DE MUJER


Se despierta sobre la ciudad una tarde nublada, el leve canto de un pájaro distrae mi lectura, cierro el libro y miro cómo las hojas de los árboles se han teñido de un color ocre romántico.  Desde este silencio, se oye el quiebre de las hojas cuando marchitas, se desprenden de la rama y luego, el gemido que emiten al caer sobre la húmeda tierra.

Retomo la lectura de “La guerra no tiene rostro de mujer” de la periodista bielorrusa y Premio Nobel 2015, Svetlana Alexiévich, quien dijo que buscaba un método literario que permitiera la mayor aproximación posible a la vida real, y lo consigue ya que rescata del olvido a más de un millón de mujeres que participaron en la segunda guerra mundial como francotiradoras, conductoras de tanques, enfermeras, camilleras, telegrafistas.  Los testimonios que Svetlana recoge de estas mujeres es que muchas anhelaban defender a su país, se ofrecían de voluntarias para ir al frente, pero la valentía se contrae y tiemblan de miedo, angustia y desesperación cuando deben matar de un tiro o con un puñal, a su primer enemigo.

Svetlana Alexiévich retira el velo que la historia oficial había puesto sobre ellas, nuevamente se pretendió invisibilizar o minimizar la participación activa de la mujer en el acontecer histórico.  Entrevistó a más de doscientas mujeres, fueron más de doscientos silencios que Svetlana tuvo que romper para llegar a la soledad callada que guardaron después de llegar del frente de batalla.  Algunas lo hicieron con el rostro quemado, otras con piernas o brazos amputados.  Todas las que regresaron perdieron una parte de sí mismas, a sus padres, hijos, esposos, amistades, perdieron su juventud en la guerra.

Hay testimonios que no se pueden olvidar, que no quisiera haber leído:  “Un bebé de un año pedía pecho, pero la madre tenía hambre, no había leche, el niño lloraba.  Los soldados estaban cerca… llevaban a los perros, si los perros le oían, moriríamos todos (30 personas).  El comandante tomó la decisión, nadie se atrevía a transmitir la orden a la madre, pero ella lo comprendió, sumergió el bulto con el niño en el agua y lo tuvo allí un largo rato … el niño dejó de llorar ..,. el silencio … no podíamos levantar la vista ni mirar a la madre, ni intercambiar miradas”.

Esta obra entrega voces íntimas, trágicas, voces arrepentidas de haber actuado de forma despiadada:  “Avanzábamos.  Entramos en los primeros pueblos alemanes. En las bodegas había vino … capturamos a unas chicas alemanas … y violamos a una entre diez hombres, … cogíamos a las adolescentes, a las niñas de 12 o 13 años, … si lloraban les pegábamos, les tapábamos la boca con algo, les dolía y nosotros nos reíamos ahora no entiendo como fui capaz de hacerlo, yo venía de una familia educada, pero lo hice”.

Vivían con el miedo permanente de morir, de matar, de tener que matar.  Este coro de testimonios entrega un abanico gris desgarrador, un pánico terrible ante la experiencia lectora de cómo se vive y se muere en una guerra.  La devastación de los campos, de los hogares, de los seres humanos que a pesar haber sobrevivido aún sueñan y se despiertan sudorosas, gritando enloquecidas porque aún temen, porque aún recuerdan:  “En la guerra no recuerdo pájaros ni colores.  Allí todo es negro, tan solo la sangre es de otro color, la sangre es roja”.

Existió otra forma de exterminio y fue el hambre: “En la ciudad, la gente caminaba y se caía de hambre.  Se morían.  Los niños venían y compartíamos con ellos nuestras escasas raciones.  No eran niños, eran una especie de pequeños ancianos.  Unas momias … después dejaron de venir. Probablemente se murieron”.

El anhelo por la paz, volver a sus pueblos y reconstruir sus hogares y vidas se ve empañado ante la crueldad e injusticia de quien gobernaba:  “Pensábamos que después de la guerra todo cambiaría, que Stalin confiaría en su pueblo.  La guerra aún no había acabado pero ya había trenes dirigiéndose a Magadan trenes llenos de vencedores.  Arrestaron a todos los que alguna vez habían caído prisioneros de los alemanes, a los que habían sobrevivido a los campos de concentración, a los que los alemanes habían utilizado como mano de obra. A los que podían contar cómo vivía la gente en otras partes.  Sin los comunistas.  Después de la guerra, todos cerraron el pico. Vivían en silencio y con miedo, igual que antes de la guerra”.

No ha sido fácil leer este libro, las emociones salen al encuentro y la respiración se detiene ante las escenas que la memoria va construyendo a medida que avanzo en la lectura.  En más de una página me detuve para dar gracias al universo de vivir en esta tierra enjuta a orilla del océano.  Vivir aquí y estar tranquila; a pesar de la desigualdad social, la delincuencia con y sin corbata, la falta de oportunidades, el olvido histórico de nuestra memoria y el descaro de los corruptos y arribistas.


“La guerra no tiene rostro de mujer” nos dice que cerca de un millón de mujeres rusas, ucranianas, bielorrusas, bálticas combatieron en el ejército rojo contra los nazis.  Este libro debería ser leído por quienes piensan que la guerra es la solución de algún conflicto, pero también debería ser material de estudio junto a los tradicionales textos de historia con la finalidad de conocer la radiografía del alma de quienes han tenido que tomar un arma, defender su tierra y matar al invasor.  Invasor que también tiene alma y también, es un ser humano.

miércoles, 30 de marzo de 2016

MARZO DEL AÑO 415 d.c.


En un día de Marzo pero del año 415 d.c. muere en forma cruel Hipatia de Alejandría en manos de los cristianos.

Nacida en el año 370 d.c. (aprox) en Alejandría, ciudad de Egipto, creció en el culto ambiente alejandrino, donde otras científicas como las alquimistas María “la hebrea” y Cleopatra habían dejado su marca.  De la madre de Hipatia no se tienen antecedentes, así que esta anónima mujer estuvo casada con Teón de Alejandría, ilustre matemático y filósofo, fue maestro de Hipatia, convirtiéndola en una gran mujer de Ciencia y Filosofía, algo inusual para la época, ya que las mujeres estaban destinadas solamente al hogar.

Teón tenía a cargo el museo, lugar dedicado a la investigación y enseñanza, esta institución había sido fundada por Tolomeo, emperador que sucedió a Alejandro Magno, fundador de la ciudad de Alejandría.  El museo tenía más de cien profesores y alumnos que asistían periódicamente, Hipatia, estudió aquí, y aunque viajó a Italia y Atenas para recibir cursos de filosofía se formó como científica en el Museo, permaneciendo en él hasta su cruel muerte.  El Historiador del siglo V, Sócrates Escolástico se refiere a ella diciendo “la belleza, inteligencia y talento de esta gran mujer fueron legendarios, superó a su padre en todos los campos del saber, especialmente en la observación de los astros”.

Enseñó e investigó durante veinte años matemáticas, geometría, astronomía, lógica, filosofía y mecánica.  Fue oficialmente nombrada para explicar las doctrinas de Platón y Aristóteles, además enseñó geometría, astronomía y álgebra.  Diseñó el astrolabio plano, que se usaba para medir la posición de las estrellas, planetas y sol.  Escribió aproximadamente 44 libros e inventó aparatos como el idómetro, el destilador de agua y el planisferio.  Estudiantes de Europa, Asia y África acudían a sus enseñanzas sobre “La Aritmética de Diofanto”.  Su casa se vio convertida en un auténtico centro intelectual.

Dejemos que nuevamente Sócrates Escolástico la describa: consiguió un grado tal de cultura que superó con mucho a todos los filósofos contemporáneos.  Heredera de la escuela neoplatónica de Plotinio, explicaba todas las ciencias filosóficas a quien lo deseara.

Fue heredera de un conocimiento que pocas veces se vio tan engrandecido, pero los cristianos identificaban este conocimiento con el paganismo por lo que quemaron y destruyeron todos los templos y centros griegos, obligando a las personas a convertirse al cristianismo, quien no se convertía era asesinado.  Hipatia se negó varias veces a convertirse como también a renunciar al conocimiento griego, a la filosofía y a la ciencia.  Fue en la cuaresma de marzo del año 415 que monjes encapuchados y vestidos de negro la sacaron de su carruaje y la arrastraron de los cabellos hasta dentro de una iglesia.  Bajo el liderazgo de San Cirilo y su mano derecha Pedro el Lector, la desnudaron y allí frente al altar y el crucifijo le arrancaron la carne de sus huesos con pedazos de ostras afiladas.  Después la despedazaron, arrojando finalmente el cuerpo mutilado a las llamas.

De este cruel asesinato en nombre de dios, Sócrates Escolástico escribe:
“Todos los hombres la reverenciaban y admiraban por la singular modestia de su mente.  Por lo cual había gran rencor y envidia en su contra y porque conversaba a menudo con Orestes y se contaba entre sus familiares, la gente la acusó de ser la causa de que Orestes y el obispo no se habían hecho amigos.  Para decirlo en pocas palabras, algunos atolondrados, impetuosos y violentos cuyo capitán y guía  era Pedro, un lector de esa iglesia, vieron a esa mujer cuando regresaba a su casa desde algún lado, la arrancaron de su carruaje, la arrastraron a la iglesia llamada Cesárea, la dejaron totalmente desnuda, le tasajearon la piel y las carnes con caracoles afilados, hasta que el aliento dejó su cuerpo, descuartizan su cuerpo, llevan los pedazos a un lugar llamado Cinaron y los queman hasta convertirlos en cenizas”.

Orestes informó del asesinato y solicitó a Roma que se iniciara una investigación, pero luego renunció a su puesto y huyó de Alejandría.  La investigación se posponía por falta de testigos y más tarde San Cyrilo fue canonizado y elevado a la categoría de santo.  Duele enterarse que por un afán de dominio y fanatismo religioso, mueran personas de gran inteligencia, que han aportado al desarrollo y evolución del pensamiento y de la ciencia. 


Con el asesinato de Hipatía en manos de los cristianos, se termina la enseñanza platónica en Alejandría y en todo el Imperio Romano, pero no mataron solamente a una persona, mataron a la primera matemática y filósofa mujer de la historia, y a la más notable intelectual de su época.  Hipatía, es considerada como símbolo del pensamiento libre, pero pagó con su vida su libertad, el amor a la sabiduría y a las ciencias.

lunes, 28 de marzo de 2016

El río Ouse un 28 de marzo de 1941



Un día como hoy, pero de 1941, Virginia Woolf, con 59 años de edad, decide caminar por segunda vez hacia el río Ouse.
Virginia plasmó en su obra literaria las dificultades de ser mujer, en un mundo dominado por el sexo masculino.  En su ensayo Un cuarto propio, revela con gran fuerza su pensamiento feminista denunciando la invisibilidad de la mujer, como también la dificultad para acceder a la universidad, la segregación por sexo en la educación, o los estereotipos en la novela.
Tuvo la percepción de que todos albergamos un secreto.  Quizás los abusos sexuales por parte de uno de sus hermanastros, la hizo silenciar y crear un mundo que no se puede compartir con nadie, así como, no se comparte con nadie un secreto.   Y su tristeza, quizás la obtuvo o se agudizó después de ser testigo de la muerte de sus seres queridos (primero su madre cuando Virginia tenía 13 años, diez años más tarde su padre y después una hermana).
Sumida en su propio universo y quizás para evadir tanta realidad comienza una búsqueda implacable de horizontes nuevos donde conocer y reposar su espíritu, en uno de sus diarios escribe:  “ Un descubrimiento en la vida, algo que uno pueda coger entre las manos y decir: esto es”.
Imagino que ese irrumpir, se refiere a sentir o tener algo/alguien que le recuerde que está viva.  O quizás experimentar un arrebato que estremeciera todo su ser, su permanente tristeza, o un arrebato, que estremeciera ese sentimiento de estar deshabitada, de caminar sola y abrirse paso dentro de sus propios miedos.   Al sentirse una extraña para sí misma busca en vano atrapar su esencia y reconoce su derrota ante el esfuerzo “La verdad es que no se puede escribir directamente acerca del alma.  Al mirarla se desvanece”.
Toda la obra de Virginia es una constante experimentación donde usa diversas técnicas narrativas que conducen a sus laberintos internos. 
Después de confesar a su esposo en una carta que presiente que enloquecerá de nuevo y que esta vez no lo podrá soportar porque está escuchando voces, que ya no puede luchar más, que ni siquiera la carta puede escribir y que no puede leer, le agradece la vida que han compartido juntos.

Luego, se comienza su caminata habitual, pero esta vez antes de llegar a la orilla del río, llena las carteras de su abrigo con piedras, con muchas pequeñas piedras y se adentra en las aguas y se entrega a la única condición que la podía salvar.

jueves, 17 de marzo de 2016

Un Exilio de Adriana Borquez A.




Adriana Borquez Adriazola, después del golpe militar ocurrido en nuestro país el año 1973, fue una de las personas que se entregó por entera a: socorrer a los perseguidos y víctimas de la dictadura, dando refugio a los prófugos y entregando vías de escape a quienes estaban en peligro.  Estas acciones tuvieron un devastador resultado, es exonerada de su cargo de profesora y en 1975: es detenida y llevada a Colonia Dignidad y posteriormente al otro centro de detención y tortura llamado La Venda Sexy.

A diferencia de muchos otros testimonios que pertenecen a la literatura testimonial de nuestro país, Adriana en su libro “Un Exilio” narra a través de un yo testigo la experiencia del desarraigo.  Comienza describiendo la habitación que le fue designada en el hotel de refugiados ubicado en Londres.  El cúmulo de emociones de estar viva ¿a salvo? en un no-lugar:  Sentada  en la orilla de aquella cama, mantenía la vista fija más allá de la amplia ventana, abstraída, sumida en mi dolor desconcertado y en recuerdos difusos …”.

Con la sensación de pertenecer a ningún lugar, Adriana trata de incorporarse a la comunidad chilena que sin acogerla, la recibe indiferente.  Comienzan de esta forma una sucesión de hechos que no están de acuerdo con su pensamiento y forma de cuidar y proteger a su propia familia.  Por lo que, ahora se ve enfrentada a: exigir sus derechos de sobrevivencia, mantener unidas a sus hijas, sanarse y sobrevivir en un país extraño.  Sobrevivir, a pesar del cúmulo de emociones que corren vertiginosas por su memoria: Traté de rearmar el mundo dentro de mi mente, para poder romper desde allí el marasmo que me dominaba.  A pesar del esfuerzo denodado, no lograba encajar las piezas de mi universo roto; era como si me faltaran pedazos de mi propia existencia, otros sobraban; me perdía en el laberinto de mi amnesia selectiva, de mis pesadillas recurrentes”.

¿De qué forma se enfrenta el destierro? ¿Qué hacer con el silencio traumático de quien ha sido torturado? ¿Cómo se unifica el espíritu destrozado a un cuerpo herido? “Había sido privada de todo -¡de todo!-, hasta del control de mis funciones fisiológicas”.

Adriana con gran fluidez narrativa va develando estas interrogantes, mientras trata de rearmar su vida.  En este camino protagoniza otras luchas, evidencia otras injusticias, denuncia el abandono del partido en que militaba y observa la buena vida de algunos chilenos que olvidaron la razón por las que se encontraban en Europa.  Con la ayuda de británicos y otras personas ligadas a los Derechos Humanos, se mantuvo fiel a su lucha y a sus principios humanitarios.  Fue así como creó el Centro de Documentación e Investigación “Búsqueda”, que fue un organismo de consulta de las Naciones Unidas.  Hoy, parte de sus archivos se encuentran en el Museo de la Memoria en Chile.

Con voz reflexiva, Adriana va entregando los diversos escenarios que tuvo que enfrentar.  Uno de ellos fue cuando se operó de las caderas y al despertar de la anestesia, el miedo volvió para hacer estragos en su mente:  Los dolores de la intervención quirúrgica pasaron a ser los padecimientos de la tortura:  las enfermeras y los médicos que me rodeaban se convirtieron en sombras amenazantes que en cualquier momento me volverían a conducir a la parrilla; las voces en inglés se transformaron en el alemán de mis torturadores del pasado”.

Sin embargo sus torturadores no la habían vencido, ya que no entregó la información que le exigían, con esa misma fortaleza férrea de su carácter, ahora ya libre, rompe los obstáculos que quisieron acallar su voz de denuncia ante los crímenes de la junta militar.  Es así como, a pesar de que debía rendir exámenes para lograr el grado de Magister en la Universidad de Oxford, se une a la huelga de hambre para impedir la tramitación de una ley de amnistía en Chile,  cruzó junto a los ayunantes permanentes, el barrio universitario y las calles centrales del comercio, hasta llegar al atrio de la iglesia St. Mary, en High Street.

Cuesta imaginar a una mujer con tantas limitaciones físicas a raíz de enfermedad y tortura, con la mente llena de fantasmas, con ataques de pánico, con tres hijas que la acompañan en el exilio y con dos hijos que la esperan en Chile, tenga la fortaleza y la convicción de permanecer, honestamente fiel a una causa.  Adriana es una de las personas que vivió con sentimiento de culpa si disfrutaba o se sentía viva en el país que la acogió, ya que el duelo por la derrota de un sueño de cambio social y la pérdida de amigos y compañeros no la abandonaban.  Regresó, como otros, a Chile con la intención de seguir luchando, pero ¿Qué fue del retorno?  Con profunda nostalgia dice que volver fue:  Lejanía, nuevamente, de lo que aprendí a amar, otras ausencias, otra rutina perdida, ajenidad, estupor de no reencontrar lo que tanto se añoró”.

Adriana Borquez, nos hereda en “Un exilio”, la capacidad de ordenar las experiencias de la vida, nos conecta desde su “yo singular” con la historia de una nación.  Logra tocar al lector con su experiencia y lo traslada a los confines del destierro, sin saber que, cuando llegue a su patria, sentirá otro exilio.


viernes, 9 de enero de 2015

"TODO LO QUE TENGO LO LLEVO CONMIGO"


Del Autor

Herta Muller, escritora rumana.  Su familia pertenece a los Suabos del Danubio, que formaban una minoría alemana.  Su abuelo granjero y comerciante, es expropiado de sus tierras bajo el régimen Comunista Rumano.  Su padre fue formado como nazi y su madre deportada a la Unión Soviética, donde en un “campo de trabajo” fue obligada a realizar trabajos de reparación, ya que los rusos consideraban que así, los alemanes pagaban su culpa colectiva, como cómplices de Hitler, sin considerar que, algunos también fueron víctimas del nacismo.  Herta nace ocho años después de finalizada la segunda guerra mundial, se forma bajo la sombra de unos padres deteriorados por lo que padecieron en la guerra y silenciosos del pasado que los atormentaba.

Del Libro

Uno de los libros en los que deja testimonio de lo ocurrido en aquellos campos de trabajo es “Todo lo que tengo lo llevo conmigo” donde recoge las conversaciones que mantuvo con su amigo el poeta Oskar Pastior, quien fue sobreviviente de uno de esos campos.  La muerte de Oskar no permitió que presentaran la novela en forma conjunta. 


El Argumento

El protagonista es Leopold Auberg, un adolescente de 17 años, es llevado a un campo de trabajo, donde, como otros, será sometido al hambre, frío, labores insalubres y, sobre todo, humillaciones.  En primera persona Leo describe sus reflexiones sobre el hambre, a quien llama Ángel del hambre, de cómo la única preocupación de los internos es saciarla.  Ante esta situación quedan al descubierto la conducta noble y despreciable de las personas sometidas a vicisitudes extremas.  Pero, la vida de Leopold, antes de ser tomado prisionero, ya estaba siendo sometida a duras realidades para sobrevivir:

En enero de 1945 la guerra continuaba.  Temiendo que en pleno invierno los rusos me obligasen a ir quién sabe dónde, todos quisieron darme algo que quizá tuviera utilidad, aunque ya no sirviese para nada.  Porque en el mundo nada servía”.

Confiesa la prostitución que ejerció:   “A mí me había sucedido algo. Algo prohibido.  Era extraño, sucio, vergonzoso y hermoso. … E
n el parque se practicaba un intercambio desenfrenado, y yo dejaba que me pasaran de uno a otro.  En verano los abedules tenían la piel blanca; en la maleza de jazmines y saúcos crecía una pared verde de follaje impermeable.


La voz de Leopold cada vez nos va confesando cada padecimiento y de cómo esa violencia comienza a roer su espíritu y lo comienza a convertir en una parte del silencio, lo hace callar inclusive cuando habla: “Llevo un equipaje de silencio.  Me he rodeado de un silencio tan hondo y duradero que nunca acierto a abrirme con las palabras.  Cuando hablo, solamente me cierro de otra manera”.   “Cuando la carne ha desaparecido del cuerpo, arrastrar tus huesos te convierte en una carga, te empuja hacia el interior del suelo”.


Todo lo que tengo lo llevo conmigo, parece que no fuera una novela, es más bien una larga y extensa prosa poética “los huesos colgaban sin asidero de mi soledad” en la que cada página nos envuelve y nos lleva a sentir y mirar la cruda realidad a la que se vieron enfrentadas miles de personas.

Las palabras de su abuela, cuando se despidió, las atesora en su mente.  Son una luz que lo mantiene vivo durante los cinco años.  Cuando cierra los ojos recuerda su rostro, el temblor de sus manos y espera desesperadamente, cumplir  la profecía sentenciada por aquella anciana “sé que volverás”.

Lo sorprendente es que cuando regresa, su familia es otra, está anestesiada por otros dolores, no le preguntan lo sucedido en el campo de trabajo, lo reciben como si fuera un extraño que llega y continúan con su vida ¿normal?.  El silencio de la familia de Leopold ante el dolor propio y el ajeno, es el mismo silencio ante el que sucumbieron los padres de Herta, es un silencio que se doblega ante el dolor y no se habla porque al convertirlo en palabra todo vuelve a doler aún más.

Leer a Herta Muller me ha servido para conocer la historia de quienes han sido sometidos a un régimen que en afán de justicia subyuga y mata a seres inocentes.  Una vez comenzado a leer este libro, en definitiva, no se puede parar porque cada renglón atrapa, cautiva y te hace sentir en carne propia lo padecido por miles de personas.

PÁRRAFOS

Les dejo algunos párrafos para que dimensionen la realidad y la pluma de Herta Muller:

“Cada palabra del hambre es una palabra de comida, tienes la imagen de la comida ante los ojos y el sabor en el paladar.  Las palabras de hambre de comida alimentan la fantasía,  se comen a sí mismas.  … Todo hambriento crónico tiene sus propias preferencias, palabras de comida raras, frecuentes y continúas”.

“Los zapatos de madera impiden doblar los dedos.  No levantas los pies del suelo, deslizas las piernas.  De tanto arrastrar los pies, se te ponen tiesas hasta las rodillas.  En los zapatos de madera no había derecho ni izquierdo”.

“Las mujeres de cal, arrastran el carro de caballos con los trozos de cal por la escarpada pendiente situada junto a las caballerizas.  A cada lado de la lanza van uncida cinco mujeres con correas de cuero alrededor de los hombros y las caderas.  Las escolta un guardia que camina a su lado.  Mientras tiran, tienen los ojos hinchados y húmedos y la boca entreabierta por el esfuerzo”

“Una de las mujeres de cal, es Trudi.   Trudi dice que las moscas del lodo huelen la sal en los ojos y el dulzor en el paladar.  Y cuanto más débil estás, más te lloran los ojos y más se endulza tu saliva.  a Trudi ya la uncían atrás de todo porque estaba muy débil para ir adelante.  Las moscas del barro ya no se posaban en el rabillo del ojo ni en los labios, sino en la pupila y en el interior de la boca.  Trudi Pelikan empezó a tambalearse.  Cuando cayó, el carro le pasó encima de lo dedos de los pies”

lunes, 5 de enero de 2015

"Los bienes de este mundo" de Irene Némirovsky



“Estaban juntos; eran felices.  Siempre vigilante, la familia se deslizaba entre ellos y los separaba con implacable suavidad, pero a los dos jóvenes les bastaba con saber que estaban cerca el uno del otro, lo demás se desvanecía.  Era un anochecer de otoño, a orillas del canal, a principios de siglo”.

Irene logra en su narrativa una gran velocidad que rápida entra en el imaginario del lector.  El párrafo que acabamos de leer es el inicio de su novela “Los bienes de este mundo” que fue publicada por entregas entre abril y junio de 1941.  Como el régimen de Vichy prohibía el trabajo a los judíos, se vio en la obligación de publicarla bajo el epígrafe “Obra inédita de una mujer joven”.  Después de cinco años del asesinato de Irene en Auschwitz, se editó en el año 1947 en forma completa.

Nuestra autora se sumerge en el período de entre-guerras en Francia, retrata y vive su contexto histórico, momentos en que las costumbres, las ideas y las fronteras se están desmoronando.  Cuenta con gran precisión los acontecimientos de una familia burguesa desde lo años 1900 hasta la llegada  de la segunda guerra mundial.

El hilo conductor de esta obra son las vicisitudes de una familia burguesa del norte de Francia.  Pierre Hardelot, heredero de una importante fábrica de papel, incumple los deseos de sus padres de casarse con Simone, una rica heredera.  El motivo es que se ha enamorado de Agnes, mujer sin dote y perteneciente a una familia recién llegada al pueblo.  Pierre, de alguna forma no quiere ser como ser como su padre quien acepta sin protestar las órdenes y caprichos de su abuelo.  Irene retrata en sus personajes a diferentes prototipos sociales: el avaro, el romántico, el traidor, lo más sobresaliente es su forma de retratar, de captar con palabras el arranque de las dos guerras mundiales en Francia.

Es un deleite sumergirse en la fotografía narrativa de esta gran escritora.