miércoles, 22 de junio de 2016

EL JILGUERO

 

Ha sido sorprendente y hasta embriagador leer esta novela.  Su lectura finalmente se torna en un impulso adictivo ya que una vez iniciada se necesita volver a ella lo antes posible.  Su atmósfera envolvente provoca la sensación de querer  entrar en sus páginas, acompañar a ciertos personajes que logran traspasar la frontera del libro con sus ensoñaciones y conflictos. Esta novela nos habla de los otros que están en nuestro mundo cotidiano y miramos como un problema de orden social sin saber el mundo convulsionado que llevan dentro.  Seres que sin oportunidades han tenido que enfrentar el lado oscuro del destino porque no conocen otra forma de salir de la carencia sentimental, del abandono en el que han sido dejados y sus vidas cobran interés solamente cuando son útiles.

Donna Tartt es una escritora prolífica ya que cada una de sus novelas tiene un proceso de creación y maduración de diez años.  Su primera entrega fue El Secreto (1992), luego reapareció con Un juego de niños (2002), finalmente El Jilguero ( 2013) con el que obtuvo el Premio Pulitzer.  Es considerada el primer clásico del siglo XXI según la presentación de editorial Lumen.

RESUMEN

El eje central de la novela es el cuadro El jilguero, a través de sus 1.143 páginas, está narrada en primera persona, lo que permite una mayor cercanía, complicidad y conocimiento cabal del protagonista.  La novela parte en un hotel de Amsterdam donde Theo Decker sueña con la muerte de su madre ocurrida hace diez años cuando visitaban un museo de Nueva York.  Una niña pelirroja que va junto a un anciano logra captar su atención pero al cabo de unos minutos sigue su recorrido.  Al detenerse ante un cuadro recuerda que su madre dice: “Cuando veas un pétalo marchito o una mancha negra en una manzana, el pintor te está transmitiendo un mensaje secreto.  Te está diciendo que lo vivo no dura, que todo es efímero.  Muerte en vida. Por eso las llaman natures mortes, naturalezas muertas. Puede que con toda la belleza, y el esplendor, no veas de entrada la pequeña mancha de podredumbre. Pero si miras con más detenimiento ahí está”.

Mientras se acerca más al cuadro, ocurre una explosión, producto de un atentado terrorista.  Su madre, que estaba detrás de él, desaparece. Dentro del caos reconoce al anciano que agónico le entrega un anillo y una dirección, además le pide rescatar El jilguero, un cuadro del siglo XVII pintado por Carel Fabritus.   Este adolescente de 13 años, sale del museo con los dos objetos, desorientado y aún sin procesar la muerte de su madre, es acogido por los aristócratas Barbour, padres de su mejor amigo de curso. Al cabo de un tiempo decide entregar el anillo. Quien lo recibe en el negocio de restauración de antigüedades es Hobie Hobart.  En este lugar se reencuentra con la niña que le había llamado la atención en el museo.  Ella es Pippa y aún se encuentra convaleciente a raíz de las graves heridas provocadas en la explosión.  Theo comienza a visitarlos ya que encuentra en el humilde Hobie; comprensión y cariño, y en Pippa un amor que debe callar.

Conteniendo el dolor y las intenciones de explotar por la pérdida de su madre, la obsesiva presencia del cuadro El jilguero que debe ocultar en todo momento, Theo entrega lo mejor de sí, para no dar problemas en el hogar que lo acoge.  En pleno proceso de adaptación, aparece su padre, un alcohólico en abstinencia y apostador que lo había abandonado.  Contra su voluntad es llevado a las Vegas donde conoce a Boris, muchacho ruso de la misma edad, también huérfano de madre y con un padre alcohólico que lo golpea salvajemente cuando está borracho.  Ambos adolescentes ante la falta de una familia estable que los cobije, enfrentan y solucionan solos los altibajos que depara el destino.

Todo este universo lleva consigo el tráfico ilegal de obras de arte, la vida de un anticuario, el negocio y la restauración de antigüedades, las falsificaciones de las mismas, el amor por el arte, la embriagadora observación de un cuadro, la belleza de un mueble antiguo.  Además, en Theo, está presente el recuerdo de su madre, la culpabilidad de haber sobrevivido, el miedo a ser descubierto con el cuadro, los conflictos existenciales, el desborde de situaciones, la desesperación y los grandes momentos de alegría.  Pero también se encuentra la lealtad entre amigos y la dignidad de saber muy bien a quien se roba.

A pesar de la trama, ninguno de los personajes es víctima ni héroe, todos son personas con defectos y virtudes que viven sus vidas en la delgada línea que separa el peligro de la tranquilidad, la desesperación de la escurridiza calma. Es así como página a página Donna Tartt va tejiendo una telaraña que se convierte en la bola de nieve que desencadena una avalancha. 


EL PLACER DE LA LECTURA

Quiero compartir algunos de los varios pasajes logran cautivar:

Theo al contemplar el cuadro:  “… retrocedí para mirarlo mejor.  Era una criatura pequeña, franca y pragmática, no había nada sentimental en ella; y algo en la prolija y compacta disposición de las alas sobre el cuerpo, la luminosidad, la expresión alerta y vigilante, me recordó las fotos que había visto de mi madre cuando era niña: un jilguero con la cabeza oscura y la mirada fija”.

“… sacarlo de la funda y mirarlo no era algo que se pudiera hacer a la liguera.  Ya solo al ir a buscarlo experimentaba cómo me expandía, flotaba y me elevaba, y en algún momento extraño, cuando lo miraba bastante rato con los ojos secos a causa del aire acondicionado del desierto, todo el espacio parecía desvanecerse entre él y yo, de modo que cuando levantaba la vista lo real no era yo sino el cuadro”…

La madre de Theo amaba el arte, fue ella quien contagió ese amor y respeto ante una obra.  Momentos antes de la explosión explicaba a su hijo:  “Carel Fabritus era alumno de Rembrandt y maestro de Vermeer y este pequeño cuadro es, en realidad, el eslabón perdido entre los dos … Egbert era vecino de Fabritus y tras la explosión del polvorín perdió la razón.  Pero Fabritus murió y su estudio quedó destruido junto con casi todos sus cuadros menos éste.  Fue uno de los grandes pintores de su tiempo, en una de las épocas más importantes de la pintura”.

Theo describe los síntomas que padece cuando pasa por períodos de abstinencia ante las drogas:  “… trabajar me distraía del malestar. Los escalofríos llegaban a intervalos de diez minutos y luego comenzaba a sudar.  Mocos, ojos llorosos, contracciones sorprendentes.  El clima había cambiado y la tienda estaba llena de gente, murmullos y ajetreo; los árboles en flor de la calle eran blancos estallidos de delirio.  Tenía las manos firmes sobre la caja registradora la mayor parte del tiempo, pero por dentro sufría”

… “pero depresión no era la palabra.  Eso, era la caída rodeada de un dolor y una repugnancia que iban mucho más allá de lo personal: unas náuseas torrenciales y enfermizas hacia toda la humanidad y el empeño humano desde los albores de los tiempos.  La violenta repulsión del orden biológico.  La vejez, la enfermedad, la muerte.  No había escapatoria para nadie. Incluso los valientes eran fruta blanda a punto de pudrirse. Y sin embargo, la gente seguía cogiendo, reproduciéndose y trayendo nueva carnaza para la tumba; producir cada vez más seres para que sufrieran de ese modo era algo así como redentor, noble e incluso moralmente admirable; arrastrar a más criaturas inocentes hacia un juego en el que todos pierden”.

Descripción del momento en que consume:  “Boris tenía razón sobre la droga, era tan pura que una porción de tamaño normal me dejó tumbado y durante un intervalo indefinido, floté de manera agradable al borde de la muerte, entrando y saliendo de ella.  Ciudades, siglos.  Me deslicé dentro y fuera de momentos lánguidos, deliciosos, con las persianas bajadas, sueños de nubes vacías, sombras cambiantes, una inmovilidad como la de las maravillosas piezas de Jan Weenix, aves muertas con las plumas ensangrentadas colgando de una pata, y en el soplo de conciencia que me quedaba, creí entender la secreta grandeza de morir, toda la sabiduría que se le negaba a la humanidad entera hasta el mismo final: sin dolor, sin miedo, un magnífico distanciamiento, yaciendo en una capilla ardiente sobre la barcaza de la muerte y perdiéndose en las grandiosas inmensidades como un emperador que se va, se va, observando a todos los que correteaban a lo lejos en la playa, liberados de todas las viejas nimiedades humanas del amor, el miedo el dolor y la muerte”.

En fin, podría seguir copiando párrafos enteros con la idea de animarles a leer El jilguero novela donde algunos personajes como Hobie nos devuelven la fe en la humildad.  Boris entrega la ironía y  los chistes junto con su inquieta forma de ser.  Y también seremos testigos de la evolución psicológica de Theo que lo lleva finalmente, al legado inmaterial que su madre le inculcó de niño.