Hay ruido de voces deletreadas
se asoman guirnaldas amobladas
de imágenes
de historias
de sueños
Pronto un ruido de voces deletreadas.
Mujeres de la Tribu
Comentarios de libros y reflexiones sobre mujeres que hicieron posible nuestra historia. Por Silvia Rodríguez Bravo
martes, 9 de octubre de 2018
lunes, 9 de enero de 2017
Libro "MENESTER"
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh0oEftHubM-h4cCn9rbo3SMM4OviyfK5mhJ0nCw80GkraingP3T-qhS6OGzzoE0qVjKdeKCiXbL8bKvzJTcSubZpfAQaHFw7nx6aGeg7CeD2Whl97OUDqC2Mg3jxX8QUalk9n8H7NuhTQ/s320/Menester.jpg)
Ante
el reconocimiento que las mujeres tenemos un estrecho campo donde nombrar y
definir nuestra propia simbología, Angela nos entrega su voz para construir
universos donde proyectar y continuar construyendo su (nuestra) realidad. En este abanico de poemas la poeta yergue una
hoguera mística para iluminar los silencios ocultos, dirigir el caudal interno
y luego emerger hacia la realidad con un lenguaje y espacio propio.
“Menester” es el nombre del libro como también el nombre del
primer poema donde nombra y reconoce la necesidad que la embarga.
Me
necesito imaginar en los días finales
borrando
los puntos de partida
borrando
la unión convergente de las líneas del destino.
Me
necesito en ti hasta el cansancio.
Me
necesito amando desde ti.
No
escribo poesía para las despedidas.
No
poseo una estructura mental
en
donde parafrasear unos cuantos sentimientos.
Me
necesito en ti. Poesía.
y
la conciencia me susurra
susuuuuuuuuuuuuuuuuurra
algunas palabras ...
A
partir del orden que Angela ha establecido en su universo, el poema “Suave
Demencia” lo ha colmado de respiración y atmosfera propia, la poeta ha leído la
historia, visibiliza a mujeres que por su vida y/o su obra la han inspirado. Es así como vuelca la mirada hacia la
escultora francesa Camille Claudel, quien gracias a su elevado talento, logró
traspasar las barreras impuestas, aunque la genialidad junto a otros avatares
de su vida, la llevaron a la locura. Angela
simboliza en la escultora francesa, a todas aquellas otras, que alzaron y
destrozaron dichas barreras.
SUAVE DEMENCIA
Sí.
Es
una enfermedad.
Esa
es la excusa para amar tan maléficamente
El
amor es la causa de los ataques de nerviosos
Y
de las sanguinolentas cartas enviadas al limbo.
Camino.
Intento
encontrar luz.
Tu
sombra me niega la paz que busco cada noche de invierno.
Sí.
Estoy
enferma.
Estoy
enferma y agredes en sueños y en estados de lucidez
Ahí
estás como premio a mi búsqueda inconsciente
inconsistente.
Es
difícil precisar tu figura dentro del paisaje,
Sin
embargo, sé que me miras y te diviertes
con
mis alucinaciones,
Mientras
cae la noche sobre el abrigo negro.
Estoy
enferma.
No
logro juntar imágenes de humedad en el sol.
Padezco
de un mal conmovedor.
En
mí, el amor se consumió
Y
adoptó el nombre de “locura breve”.
De
los diversos procesos que tiene el cuerpo de toda mujer, la poeta ha tomado el
ciclo menstrual para manifestar su dolencia y situaciones límites que ocurren
en este ciclo. Uno de los términos
usados para referirse a la llegada y estadía del ciclo menstrual es “Visita” (“voy
a tener visita” o “ando con la visita”).
Emplear el término “visita” para referirse a nuestra menstruación, es
ocultar, disfrazar nuestro proceso interno, pero también, es una clave usada,
exclusivamente, por quienes viven en carne propia dicho proceso. La primera parte del siguiente poema nos
habla en forma directa de los síntomas y sensaciones que produce la venida del
ciclo menstrual.
I VISITA
Dolores
infernales
Dolor
es placer.
Un
jugo caliente baja por la entrepierna.
Son
cuatro noches de gula en las sábanas rojas.
Cuatro
noches en que los machos seguirán mi rastro por calles atestadas de fertilidad.
Un
jugo caliente baja por la entrepierna de un organismo
contaminado
con sustancias sedientas de éxtasis.
Es
tan extraña que parece soñada.
El
líquido tibio resbala hasta empapar el pantalón.
Nunca
preguntó por mi malestar
Aunque
demostró preocupación al visitarme cada 28 días.
La
poesía de Angela Neira es brisa refrescante palpada de verso en verso, donde
cada poema está lleno de sentido y señales que siempre invitan a otra lectura. La completa entrega al oficio dador de vida,
el continuo trabajar en pos de la palabra, la construcción de una nueva visión
de mundo y de un nuevo habitar el mundo, son las herramientas que Angela
entrega y usa en su proceso creativo.
AMARILLO
He
cerrado el libro
Y
la corteza del árbol se ha quemado
Y
escucho el grito de las letras
Y
las ramas estallan en pedazos de palabras.
Son
unas cuantas palabras que enrojecen los ojos del impaciente.
Yo
cierro el libro y las raíces vuelven a enredarme.
He
cerrado el libro y las raíces del árbol vuelven a enredarme.
He
cerrado el libro
y
las amarillas hojas
son
juncos que se besan bajo la luz de la luna agarrotada.
Angela
Neira Muñoz, nació en Tomé el año 1980..
Es profesora de Español de la Universidad de Concepción y Magíster en
Literaturas Hispánicas.
miércoles, 22 de junio de 2016
EL JILGUERO
Ha
sido sorprendente y hasta embriagador leer esta novela. Su lectura finalmente se torna en un impulso
adictivo ya que una vez iniciada se necesita volver a ella lo antes
posible. Su atmósfera envolvente provoca
la sensación de querer entrar en sus
páginas, acompañar a ciertos personajes que logran traspasar la frontera del
libro con sus ensoñaciones y conflictos. Esta novela nos habla de los otros que
están en nuestro mundo cotidiano y miramos como un problema de orden social sin
saber el mundo convulsionado que llevan dentro.
Seres que sin oportunidades han tenido que enfrentar el lado oscuro del
destino porque no conocen otra forma de salir de la carencia sentimental, del
abandono en el que han sido dejados y sus vidas cobran interés solamente cuando
son útiles.
Donna
Tartt es una escritora prolífica ya que cada una de sus novelas tiene un
proceso de creación y maduración de diez años.
Su primera entrega fue El Secreto (1992), luego reapareció con Un juego
de niños (2002), finalmente El Jilguero ( 2013) con el que obtuvo el Premio
Pulitzer. Es considerada el primer
clásico del siglo XXI según la presentación de editorial Lumen.
RESUMEN
El
eje central de la novela es el cuadro El jilguero, a través de sus 1.143
páginas, está narrada en primera persona, lo que permite una mayor cercanía,
complicidad y conocimiento cabal del protagonista. La novela parte en un hotel de Amsterdam
donde Theo Decker sueña con la muerte de su madre ocurrida hace diez años
cuando visitaban un museo de Nueva York.
Una niña pelirroja que va junto a un anciano logra captar su atención
pero al cabo de unos minutos sigue su recorrido. Al detenerse ante un cuadro recuerda que su
madre dice: “Cuando veas un pétalo
marchito o una mancha negra en una manzana, el pintor te está transmitiendo un
mensaje secreto. Te está diciendo que lo
vivo no dura, que todo es efímero.
Muerte en vida. Por eso las llaman natures mortes, naturalezas muertas.
Puede que con toda la belleza, y el esplendor, no veas de entrada la pequeña
mancha de podredumbre. Pero si miras con más detenimiento ahí está”.
Mientras
se acerca más al cuadro, ocurre una explosión, producto de un atentado
terrorista. Su madre, que estaba detrás
de él, desaparece. Dentro del caos reconoce al anciano que agónico le entrega
un anillo y una dirección, además le pide rescatar El jilguero, un cuadro del
siglo XVII pintado por Carel Fabritus. Este
adolescente de 13 años, sale del museo con los dos objetos, desorientado y aún
sin procesar la muerte de su madre, es acogido por los aristócratas Barbour,
padres de su mejor amigo de curso. Al cabo de un tiempo decide entregar el
anillo. Quien lo recibe en el negocio de restauración de antigüedades es Hobie
Hobart. En este lugar se reencuentra con
la niña que le había llamado la atención en el museo. Ella es Pippa y aún se encuentra
convaleciente a raíz de las graves heridas provocadas en la explosión. Theo comienza a visitarlos ya que encuentra
en el humilde Hobie; comprensión y cariño, y en Pippa un amor que debe callar.
Conteniendo
el dolor y las intenciones de explotar por la pérdida de su madre, la obsesiva
presencia del cuadro El jilguero que debe ocultar en todo momento, Theo entrega
lo mejor de sí, para no dar problemas en el hogar que lo acoge. En pleno proceso de adaptación, aparece su
padre, un alcohólico en abstinencia y apostador que lo había abandonado. Contra su voluntad es llevado a las Vegas
donde conoce a Boris, muchacho ruso de la misma edad, también huérfano de madre
y con un padre alcohólico que lo golpea salvajemente cuando está borracho. Ambos adolescentes ante la falta de una
familia estable que los cobije, enfrentan y solucionan solos los altibajos que
depara el destino.
Todo
este universo lleva consigo el tráfico ilegal de obras de arte, la vida de un
anticuario, el negocio y la restauración de antigüedades, las falsificaciones
de las mismas, el amor por el arte, la embriagadora observación de un cuadro,
la belleza de un mueble antiguo. Además,
en Theo, está presente el recuerdo de su madre, la culpabilidad de haber
sobrevivido, el miedo a ser descubierto con el cuadro, los conflictos
existenciales, el desborde de situaciones, la desesperación y los grandes
momentos de alegría. Pero también se
encuentra la lealtad entre amigos y la dignidad de saber muy bien a quien se
roba.
A
pesar de la trama, ninguno de los personajes es víctima ni héroe, todos son
personas con defectos y virtudes que viven sus vidas en la delgada línea que
separa el peligro de la tranquilidad, la desesperación de la escurridiza calma.
Es así como página a página Donna Tartt va tejiendo una telaraña que se
convierte en la bola de nieve que desencadena una avalancha.
EL
PLACER DE LA LECTURA
Quiero
compartir algunos de los varios pasajes logran cautivar:
Theo
al contemplar el cuadro: “… retrocedí para mirarlo mejor. Era una criatura pequeña, franca y
pragmática, no había nada sentimental en ella; y algo en la prolija y compacta
disposición de las alas sobre el cuerpo, la luminosidad, la expresión alerta y
vigilante, me recordó las fotos que había visto de mi madre cuando era niña: un
jilguero con la cabeza oscura y la mirada fija”.
“…
sacarlo de la funda y mirarlo no era algo
que se pudiera hacer a la liguera. Ya
solo al ir a buscarlo experimentaba cómo me expandía, flotaba y me elevaba, y
en algún momento extraño, cuando lo miraba bastante rato con los ojos secos a
causa del aire acondicionado del desierto, todo el espacio parecía desvanecerse
entre él y yo, de modo que cuando levantaba la vista lo real no era yo sino el
cuadro”…
La
madre de Theo amaba el arte, fue ella quien contagió ese amor y respeto ante
una obra. Momentos antes de la explosión
explicaba a su hijo: “Carel Fabritus era alumno de Rembrandt y
maestro de Vermeer y este pequeño cuadro es, en realidad, el eslabón perdido
entre los dos … Egbert era vecino de Fabritus y tras la explosión del polvorín
perdió la razón. Pero Fabritus murió y
su estudio quedó destruido junto con casi todos sus cuadros menos éste. Fue uno de los grandes pintores de su tiempo,
en una de las épocas más importantes de la pintura”.
Theo
describe los síntomas que padece cuando pasa por períodos de abstinencia ante
las drogas: “… trabajar me distraía del malestar. Los escalofríos llegaban a
intervalos de diez minutos y luego comenzaba a sudar. Mocos, ojos llorosos, contracciones
sorprendentes. El clima había cambiado y
la tienda estaba llena de gente, murmullos y ajetreo; los árboles en flor de la
calle eran blancos estallidos de delirio.
Tenía las manos firmes sobre la caja registradora la mayor parte del
tiempo, pero por dentro sufría”
… “pero depresión no era la
palabra. Eso, era la caída rodeada de un
dolor y una repugnancia que iban mucho más allá de lo personal: unas náuseas
torrenciales y enfermizas hacia toda la humanidad y el empeño humano desde los
albores de los tiempos. La violenta
repulsión del orden biológico. La vejez,
la enfermedad, la muerte. No había
escapatoria para nadie. Incluso los valientes eran fruta blanda a punto de
pudrirse. Y sin embargo, la gente seguía cogiendo, reproduciéndose y trayendo nueva
carnaza para la tumba; producir cada vez más seres para que sufrieran de ese
modo era algo así como redentor, noble e incluso moralmente admirable;
arrastrar a más criaturas inocentes hacia un juego en el que todos pierden”.
Descripción
del momento en que consume: “Boris tenía razón sobre la droga, era tan
pura que una porción de tamaño normal me dejó tumbado y durante un intervalo
indefinido, floté de manera agradable al borde de la muerte, entrando y saliendo
de ella. Ciudades, siglos. Me deslicé dentro y fuera de momentos
lánguidos, deliciosos, con las persianas bajadas, sueños de nubes vacías,
sombras cambiantes, una inmovilidad como la de las maravillosas piezas de Jan
Weenix, aves muertas con las plumas ensangrentadas colgando de una pata, y en
el soplo de conciencia que me quedaba, creí entender la secreta grandeza de
morir, toda la sabiduría que se le negaba a la humanidad entera hasta el mismo
final: sin dolor, sin miedo, un magnífico distanciamiento, yaciendo en una
capilla ardiente sobre la barcaza de la muerte y perdiéndose en las grandiosas
inmensidades como un emperador que se va, se va, observando a todos los que
correteaban a lo lejos en la playa, liberados de todas las viejas nimiedades
humanas del amor, el miedo el dolor y la muerte”.
En
fin, podría seguir copiando párrafos enteros con la idea de animarles a leer El
jilguero novela donde algunos personajes como Hobie nos devuelven la fe en la
humildad. Boris entrega la ironía y los chistes junto con su inquieta forma de ser. Y también seremos testigos de la evolución
psicológica de Theo que lo lleva finalmente, al legado inmaterial que su madre le
inculcó de niño.
miércoles, 11 de mayo de 2016
LA GUERRA NO TIENE ROSTRO DE MUJER
Se
despierta sobre la ciudad una tarde nublada, el leve canto de un pájaro distrae
mi lectura, cierro el libro y miro cómo las hojas de los árboles se han teñido
de un color ocre romántico. Desde este
silencio, se oye el quiebre de las hojas cuando marchitas, se desprenden de la
rama y luego, el gemido que emiten al caer sobre la húmeda tierra.
Retomo
la lectura de “La guerra no tiene rostro de mujer” de la periodista bielorrusa
y Premio Nobel 2015, Svetlana Alexiévich, quien dijo que buscaba un método
literario que permitiera la mayor aproximación posible a la vida real, y lo
consigue ya que rescata del olvido a más de un millón de mujeres que
participaron en la segunda guerra mundial como francotiradoras, conductoras de
tanques, enfermeras, camilleras, telegrafistas. Los testimonios que Svetlana recoge de estas
mujeres es que muchas anhelaban defender a su país, se ofrecían de voluntarias
para ir al frente, pero la valentía se contrae y tiemblan de miedo, angustia y
desesperación cuando deben matar de un tiro o con un puñal, a su primer enemigo.
Svetlana
Alexiévich retira el velo que la historia oficial había puesto sobre ellas,
nuevamente se pretendió invisibilizar o minimizar la participación activa de la
mujer en el acontecer histórico. Entrevistó
a más de doscientas mujeres, fueron más de doscientos silencios que Svetlana
tuvo que romper para llegar a la soledad callada que guardaron después de
llegar del frente de batalla. Algunas lo
hicieron con el rostro quemado, otras con piernas o brazos amputados. Todas las que regresaron perdieron una parte
de sí mismas, a sus padres, hijos, esposos, amistades, perdieron su juventud en
la guerra.
Hay
testimonios que no se pueden olvidar, que no quisiera haber leído: “Un bebé de un año pedía pecho, pero la madre
tenía hambre, no había leche, el niño lloraba.
Los soldados estaban cerca… llevaban a los perros, si los perros le
oían, moriríamos todos (30 personas). El
comandante tomó la decisión, nadie se atrevía a transmitir la orden a la madre,
pero ella lo comprendió, sumergió el bulto con el niño en el agua y lo tuvo
allí un largo rato … el niño dejó de llorar ..,. el silencio … no podíamos
levantar la vista ni mirar a la madre, ni intercambiar miradas”.
Esta
obra entrega voces íntimas, trágicas, voces arrepentidas de haber actuado de
forma despiadada: “Avanzábamos. Entramos en los primeros pueblos alemanes. En
las bodegas había vino … capturamos a unas chicas alemanas … y violamos a una
entre diez hombres, … cogíamos a las adolescentes, a las niñas de 12 o 13 años,
… si lloraban les pegábamos, les tapábamos la boca con algo, les dolía y
nosotros nos reíamos ahora no entiendo como fui capaz de hacerlo, yo venía de
una familia educada, pero lo hice”.
Vivían
con el miedo permanente de morir, de matar, de tener que matar. Este coro de testimonios entrega un abanico gris
desgarrador, un pánico terrible ante la experiencia lectora de cómo se vive y
se muere en una guerra. La devastación
de los campos, de los hogares, de los seres humanos que a pesar haber
sobrevivido aún sueñan y se despiertan sudorosas, gritando enloquecidas porque aún
temen, porque aún recuerdan: “En la guerra no recuerdo
pájaros ni colores. Allí todo es negro,
tan solo la sangre es de otro color, la sangre es roja”.
Existió
otra forma de exterminio y fue el hambre: “En la ciudad, la gente caminaba y se caía de
hambre. Se morían. Los niños venían y compartíamos con ellos
nuestras escasas raciones. No eran
niños, eran una especie de pequeños ancianos.
Unas momias … después dejaron de venir. Probablemente se murieron”.
El
anhelo por la paz, volver a sus pueblos y reconstruir sus hogares y vidas se ve
empañado ante la crueldad e injusticia de quien gobernaba: “Pensábamos que después de la guerra todo
cambiaría, que Stalin confiaría en su pueblo.
La guerra aún no había acabado pero ya había trenes dirigiéndose a
Magadan trenes llenos de vencedores.
Arrestaron a todos los que alguna vez habían caído prisioneros de los
alemanes, a los que habían sobrevivido a los campos de concentración, a los que
los alemanes habían utilizado como mano de obra. A los que podían contar cómo
vivía la gente en otras partes. Sin los
comunistas. Después de la guerra, todos
cerraron el pico. Vivían en silencio y con miedo, igual que antes de la
guerra”.
No
ha sido fácil leer este libro, las emociones salen al encuentro y la
respiración se detiene ante las escenas que la memoria va construyendo a medida
que avanzo en la lectura. En más de una
página me detuve para dar gracias al universo de vivir en esta tierra enjuta a
orilla del océano. Vivir aquí y estar
tranquila; a pesar de la desigualdad social, la delincuencia con y sin corbata,
la falta de oportunidades, el olvido histórico de nuestra memoria y el descaro
de los corruptos y arribistas.
“La
guerra no tiene rostro de mujer” nos dice que cerca de un millón de mujeres
rusas, ucranianas, bielorrusas, bálticas combatieron en el ejército rojo contra
los nazis. Este libro debería ser leído
por quienes piensan que la guerra es la solución de algún conflicto, pero
también debería ser material de estudio junto a los tradicionales textos de
historia con la finalidad de conocer la radiografía del alma de quienes han
tenido que tomar un arma, defender su tierra y matar al invasor. Invasor que también tiene alma y también, es
un ser humano.
miércoles, 30 de marzo de 2016
MARZO DEL AÑO 415 d.c.
En
un día de Marzo pero del año 415 d.c. muere en forma cruel Hipatia de
Alejandría en manos de los cristianos.
Nacida
en el año 370 d.c. (aprox) en Alejandría, ciudad de Egipto, creció en el culto
ambiente alejandrino, donde otras científicas como las alquimistas María “la
hebrea” y Cleopatra habían dejado su marca.
De la madre de Hipatia no se tienen antecedentes, así que esta anónima
mujer estuvo casada con Teón de Alejandría, ilustre matemático y filósofo, fue
maestro de Hipatia, convirtiéndola en una gran mujer de Ciencia y Filosofía,
algo inusual para la época, ya que las mujeres estaban destinadas solamente al
hogar.
Teón
tenía a cargo el museo, lugar dedicado a la investigación y enseñanza, esta
institución había sido fundada por Tolomeo, emperador que sucedió a Alejandro
Magno, fundador de la ciudad de Alejandría.
El museo tenía más de cien profesores y alumnos que asistían
periódicamente, Hipatia, estudió aquí, y aunque viajó a Italia y Atenas para
recibir cursos de filosofía se formó como científica en el Museo, permaneciendo
en él hasta su cruel muerte. El
Historiador del siglo V, Sócrates Escolástico se refiere a ella diciendo “la
belleza, inteligencia y talento de esta gran mujer fueron legendarios, superó a
su padre en todos los campos del saber, especialmente en la observación de los
astros”.
Enseñó
e investigó durante veinte años matemáticas, geometría, astronomía, lógica,
filosofía y mecánica. Fue oficialmente
nombrada para explicar las doctrinas de Platón y Aristóteles, además enseñó
geometría, astronomía y álgebra. Diseñó
el astrolabio plano, que se usaba para medir la posición de las estrellas,
planetas y sol. Escribió aproximadamente
44 libros e inventó aparatos como el idómetro, el destilador de agua y el
planisferio. Estudiantes de Europa, Asia
y África acudían a sus enseñanzas sobre “La Aritmética de Diofanto”. Su casa se vio convertida en un auténtico
centro intelectual.
Dejemos
que nuevamente Sócrates Escolástico la describa: “consiguió
un grado tal de cultura que superó con mucho a todos los filósofos
contemporáneos. Heredera de la escuela
neoplatónica de Plotinio, explicaba todas las ciencias filosóficas a quien lo
deseara”.
Fue
heredera de un conocimiento que pocas veces se vio tan engrandecido, pero los
cristianos identificaban este conocimiento con el paganismo por lo que quemaron
y destruyeron todos los templos y centros griegos, obligando a las personas a
convertirse al cristianismo, quien no se convertía era asesinado. Hipatia se negó varias veces a convertirse
como también a renunciar al conocimiento griego, a la filosofía y a la ciencia. Fue en la cuaresma de marzo del año 415 que
monjes encapuchados y vestidos de negro la sacaron de su carruaje y la
arrastraron de los cabellos hasta dentro de una iglesia. Bajo el liderazgo de San Cirilo y su mano
derecha Pedro el Lector, la desnudaron y allí frente al altar y el crucifijo le
arrancaron la carne de sus huesos con pedazos de ostras afiladas. Después la despedazaron, arrojando finalmente
el cuerpo mutilado a las llamas.
De
este cruel asesinato en nombre de dios, Sócrates Escolástico escribe:
“Todos
los hombres la reverenciaban y admiraban por la singular modestia de su
mente. Por lo cual había gran rencor y
envidia en su contra y porque conversaba a menudo con Orestes y se contaba
entre sus familiares, la gente la acusó de ser la causa de que Orestes y el
obispo no se habían hecho amigos. Para
decirlo en pocas palabras, algunos atolondrados, impetuosos y violentos cuyo
capitán y guía era Pedro, un lector de
esa iglesia, vieron a esa mujer cuando regresaba a su casa desde algún lado, la
arrancaron de su carruaje, la arrastraron a la iglesia llamada Cesárea, la
dejaron totalmente desnuda, le tasajearon la piel y las carnes con caracoles
afilados, hasta que el aliento dejó su cuerpo, descuartizan su cuerpo, llevan
los pedazos a un lugar llamado Cinaron y los queman hasta convertirlos en
cenizas”.
Orestes
informó del asesinato y solicitó a Roma que se iniciara una investigación, pero
luego renunció a su puesto y huyó de Alejandría. La investigación se posponía por falta de
testigos y más tarde San Cyrilo fue canonizado y elevado a la categoría de
santo. Duele enterarse que por un afán
de dominio y fanatismo religioso, mueran personas de gran inteligencia, que han
aportado al desarrollo y evolución del pensamiento y de la ciencia.
Con
el asesinato de Hipatía en manos de los cristianos, se termina la enseñanza
platónica en Alejandría y en todo el Imperio Romano, pero no mataron solamente
a una persona, mataron a la primera matemática y filósofa mujer de la historia,
y a la más notable intelectual de su época.
Hipatía, es considerada como símbolo del pensamiento libre, pero pagó
con su vida su libertad, el amor a la sabiduría y a las ciencias.
lunes, 28 de marzo de 2016
El río Ouse un 28 de marzo de 1941
Un
día como hoy, pero de 1941, Virginia Woolf, con 59 años de edad, decide caminar
por segunda vez hacia el río Ouse.
Virginia
plasmó en su obra literaria las dificultades de ser mujer, en un mundo dominado
por el sexo masculino. En su ensayo Un cuarto
propio, revela con gran fuerza su pensamiento feminista denunciando la
invisibilidad de la mujer, como también la dificultad para acceder a la
universidad, la segregación por sexo en la educación, o los estereotipos en la
novela.
Tuvo
la percepción de que todos albergamos un secreto. Quizás los abusos sexuales por parte de uno
de sus hermanastros, la hizo silenciar y crear un mundo que no se puede
compartir con nadie, así como, no se comparte con nadie un secreto. Y su tristeza, quizás la obtuvo o se agudizó después
de ser testigo de la muerte de sus seres queridos (primero su madre cuando Virginia
tenía 13 años, diez años más tarde su padre y después una hermana).
Sumida
en su propio universo y quizás para evadir tanta realidad comienza una búsqueda
implacable de horizontes nuevos donde conocer y reposar su espíritu, en uno de
sus diarios escribe: “ Un descubrimiento
en la vida, algo que uno pueda coger entre las manos y decir: esto es”.
Imagino
que ese irrumpir, se refiere a sentir o tener algo/alguien que le recuerde que
está viva. O quizás experimentar un
arrebato que estremeciera todo su ser, su permanente tristeza, o un arrebato,
que estremeciera ese sentimiento de estar deshabitada, de caminar sola y
abrirse paso dentro de sus propios miedos. Al sentirse una extraña para sí misma busca
en vano atrapar su esencia y reconoce su derrota ante el esfuerzo “La verdad es
que no se puede escribir directamente acerca del alma. Al mirarla se desvanece”.
Toda
la obra de Virginia es una constante experimentación donde usa diversas técnicas
narrativas que conducen a sus laberintos internos.
Después
de confesar a su esposo en una carta que presiente que enloquecerá de nuevo y
que esta vez no lo podrá soportar porque está escuchando voces, que ya no puede
luchar más, que ni siquiera la carta puede escribir y que no puede leer, le
agradece la vida que han compartido juntos.
Luego,
se comienza su caminata habitual, pero esta vez antes de llegar a la orilla del
río, llena las carteras de su abrigo con piedras, con muchas pequeñas piedras y
se adentra en las aguas y se entrega a la única condición que la podía salvar.
jueves, 17 de marzo de 2016
Un Exilio de Adriana Borquez A.
Adriana Borquez Adriazola, después del golpe militar ocurrido en nuestro país el año 1973, fue una de las personas que se entregó por entera a: socorrer a los perseguidos y víctimas de la dictadura, dando refugio a los prófugos y entregando vías de escape a quienes estaban en peligro. Estas acciones tuvieron un devastador resultado, es exonerada de su cargo de profesora y en 1975: es detenida y llevada a Colonia Dignidad y posteriormente al otro centro de detención y tortura llamado La Venda Sexy.
A
diferencia de muchos otros testimonios que pertenecen a la literatura
testimonial de nuestro país, Adriana en su libro “Un Exilio” narra a través de
un yo testigo la experiencia del desarraigo.
Comienza describiendo la habitación que le fue designada en el hotel de
refugiados ubicado en Londres. El cúmulo
de emociones de estar viva ¿a salvo? en un no-lugar: “Sentada
en la orilla de aquella cama, mantenía la vista fija más allá de la
amplia ventana, abstraída, sumida en mi dolor desconcertado y en recuerdos difusos
…”.
Con
la sensación de pertenecer a ningún lugar, Adriana trata de incorporarse a la
comunidad chilena que sin acogerla, la recibe indiferente. Comienzan de esta forma una sucesión de
hechos que no están de acuerdo con su pensamiento y forma de cuidar y proteger
a su propia familia. Por lo que, ahora
se ve enfrentada a: exigir sus derechos de sobrevivencia, mantener unidas a sus
hijas, sanarse y sobrevivir en un país extraño.
Sobrevivir, a pesar del cúmulo de emociones que corren vertiginosas por
su memoria: “Traté de rearmar el mundo dentro de mi mente, para poder romper desde
allí el marasmo que me dominaba. A pesar
del esfuerzo denodado, no lograba encajar las piezas de mi universo roto; era
como si me faltaran pedazos de mi propia existencia, otros sobraban; me perdía
en el laberinto de mi amnesia selectiva, de mis pesadillas recurrentes”.
¿De
qué forma se enfrenta el destierro? ¿Qué hacer con el silencio traumático de
quien ha sido torturado? ¿Cómo se unifica el espíritu destrozado a un cuerpo
herido? “Había sido privada de todo -¡de todo!-, hasta del control de mis
funciones fisiológicas”.
Adriana
con gran fluidez narrativa va develando estas interrogantes, mientras trata de
rearmar su vida. En este camino
protagoniza otras luchas, evidencia otras injusticias, denuncia el abandono del
partido en que militaba y observa la buena vida de algunos chilenos que
olvidaron la razón por las que se encontraban en Europa. Con la ayuda de británicos y otras personas
ligadas a los Derechos Humanos, se mantuvo fiel a su lucha y a sus principios
humanitarios. Fue así como creó el
Centro de Documentación e Investigación “Búsqueda”, que fue un organismo de
consulta de las Naciones Unidas. Hoy,
parte de sus archivos se encuentran en el Museo de la Memoria en Chile.
Con
voz reflexiva, Adriana va entregando los diversos escenarios que tuvo que
enfrentar. Uno de ellos fue cuando se
operó de las caderas y al despertar de la anestesia, el miedo volvió para hacer
estragos en su mente: “Los
dolores de la intervención quirúrgica pasaron a ser los padecimientos de la
tortura: las enfermeras y los médicos
que me rodeaban se convirtieron en sombras amenazantes que en cualquier momento
me volverían a conducir a la parrilla; las voces en inglés se transformaron en
el alemán de mis torturadores del pasado”.
Sin
embargo sus torturadores no la habían vencido, ya que no entregó la información
que le exigían, con esa misma fortaleza férrea de su carácter, ahora ya libre,
rompe los obstáculos que quisieron acallar su voz de denuncia ante los crímenes
de la junta militar. Es así como, a
pesar de que debía rendir exámenes para lograr el grado de Magister en la
Universidad de Oxford, se une a la huelga de hambre para impedir la tramitación
de una ley de amnistía en Chile, cruzó junto
a los ayunantes permanentes, el barrio universitario y las calles centrales del
comercio, hasta llegar al atrio de la iglesia St. Mary, en High Street.
Cuesta
imaginar a una mujer con tantas limitaciones físicas a raíz de enfermedad y
tortura, con la mente llena de fantasmas, con ataques de pánico, con tres hijas
que la acompañan en el exilio y con dos hijos que la esperan en Chile, tenga la
fortaleza y la convicción de permanecer, honestamente fiel a una causa. Adriana es una de las personas que vivió con
sentimiento de culpa si disfrutaba o se sentía viva en el país que la acogió,
ya que el duelo por la derrota de un sueño de cambio social y la pérdida de
amigos y compañeros no la abandonaban.
Regresó, como otros, a Chile con la intención de seguir luchando, pero ¿Qué
fue del retorno? Con profunda nostalgia
dice que volver fue: “Lejanía,
nuevamente, de lo que aprendí a amar, otras ausencias, otra rutina perdida,
ajenidad, estupor de no reencontrar lo que tanto se añoró”.
Adriana
Borquez, nos hereda en “Un exilio”, la capacidad de ordenar las experiencias de
la vida, nos conecta desde su “yo singular” con la historia de una nación. Logra tocar al lector con su experiencia y lo
traslada a los confines del destierro, sin saber que, cuando llegue a su
patria, sentirá otro exilio.
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