Ha
sido sorprendente y hasta embriagador leer esta novela. Su lectura finalmente se torna en un impulso
adictivo ya que una vez iniciada se necesita volver a ella lo antes
posible. Su atmósfera envolvente provoca
la sensación de querer entrar en sus
páginas, acompañar a ciertos personajes que logran traspasar la frontera del
libro con sus ensoñaciones y conflictos. Esta novela nos habla de los otros que
están en nuestro mundo cotidiano y miramos como un problema de orden social sin
saber el mundo convulsionado que llevan dentro.
Seres que sin oportunidades han tenido que enfrentar el lado oscuro del
destino porque no conocen otra forma de salir de la carencia sentimental, del
abandono en el que han sido dejados y sus vidas cobran interés solamente cuando
son útiles.
Donna
Tartt es una escritora prolífica ya que cada una de sus novelas tiene un
proceso de creación y maduración de diez años.
Su primera entrega fue El Secreto (1992), luego reapareció con Un juego
de niños (2002), finalmente El Jilguero ( 2013) con el que obtuvo el Premio
Pulitzer. Es considerada el primer
clásico del siglo XXI según la presentación de editorial Lumen.
RESUMEN
El
eje central de la novela es el cuadro El jilguero, a través de sus 1.143
páginas, está narrada en primera persona, lo que permite una mayor cercanía,
complicidad y conocimiento cabal del protagonista. La novela parte en un hotel de Amsterdam
donde Theo Decker sueña con la muerte de su madre ocurrida hace diez años
cuando visitaban un museo de Nueva York.
Una niña pelirroja que va junto a un anciano logra captar su atención
pero al cabo de unos minutos sigue su recorrido. Al detenerse ante un cuadro recuerda que su
madre dice: “Cuando veas un pétalo
marchito o una mancha negra en una manzana, el pintor te está transmitiendo un
mensaje secreto. Te está diciendo que lo
vivo no dura, que todo es efímero.
Muerte en vida. Por eso las llaman natures mortes, naturalezas muertas.
Puede que con toda la belleza, y el esplendor, no veas de entrada la pequeña
mancha de podredumbre. Pero si miras con más detenimiento ahí está”.
Mientras
se acerca más al cuadro, ocurre una explosión, producto de un atentado
terrorista. Su madre, que estaba detrás
de él, desaparece. Dentro del caos reconoce al anciano que agónico le entrega
un anillo y una dirección, además le pide rescatar El jilguero, un cuadro del
siglo XVII pintado por Carel Fabritus. Este
adolescente de 13 años, sale del museo con los dos objetos, desorientado y aún
sin procesar la muerte de su madre, es acogido por los aristócratas Barbour,
padres de su mejor amigo de curso. Al cabo de un tiempo decide entregar el
anillo. Quien lo recibe en el negocio de restauración de antigüedades es Hobie
Hobart. En este lugar se reencuentra con
la niña que le había llamado la atención en el museo. Ella es Pippa y aún se encuentra
convaleciente a raíz de las graves heridas provocadas en la explosión. Theo comienza a visitarlos ya que encuentra
en el humilde Hobie; comprensión y cariño, y en Pippa un amor que debe callar.
Conteniendo
el dolor y las intenciones de explotar por la pérdida de su madre, la obsesiva
presencia del cuadro El jilguero que debe ocultar en todo momento, Theo entrega
lo mejor de sí, para no dar problemas en el hogar que lo acoge. En pleno proceso de adaptación, aparece su
padre, un alcohólico en abstinencia y apostador que lo había abandonado. Contra su voluntad es llevado a las Vegas
donde conoce a Boris, muchacho ruso de la misma edad, también huérfano de madre
y con un padre alcohólico que lo golpea salvajemente cuando está borracho. Ambos adolescentes ante la falta de una
familia estable que los cobije, enfrentan y solucionan solos los altibajos que
depara el destino.
Todo
este universo lleva consigo el tráfico ilegal de obras de arte, la vida de un
anticuario, el negocio y la restauración de antigüedades, las falsificaciones
de las mismas, el amor por el arte, la embriagadora observación de un cuadro,
la belleza de un mueble antiguo. Además,
en Theo, está presente el recuerdo de su madre, la culpabilidad de haber
sobrevivido, el miedo a ser descubierto con el cuadro, los conflictos
existenciales, el desborde de situaciones, la desesperación y los grandes
momentos de alegría. Pero también se
encuentra la lealtad entre amigos y la dignidad de saber muy bien a quien se
roba.
A
pesar de la trama, ninguno de los personajes es víctima ni héroe, todos son
personas con defectos y virtudes que viven sus vidas en la delgada línea que
separa el peligro de la tranquilidad, la desesperación de la escurridiza calma.
Es así como página a página Donna Tartt va tejiendo una telaraña que se
convierte en la bola de nieve que desencadena una avalancha.
EL
PLACER DE LA LECTURA
Quiero
compartir algunos de los varios pasajes logran cautivar:
Theo
al contemplar el cuadro: “… retrocedí para mirarlo mejor. Era una criatura pequeña, franca y
pragmática, no había nada sentimental en ella; y algo en la prolija y compacta
disposición de las alas sobre el cuerpo, la luminosidad, la expresión alerta y
vigilante, me recordó las fotos que había visto de mi madre cuando era niña: un
jilguero con la cabeza oscura y la mirada fija”.
“…
sacarlo de la funda y mirarlo no era algo
que se pudiera hacer a la liguera. Ya
solo al ir a buscarlo experimentaba cómo me expandía, flotaba y me elevaba, y
en algún momento extraño, cuando lo miraba bastante rato con los ojos secos a
causa del aire acondicionado del desierto, todo el espacio parecía desvanecerse
entre él y yo, de modo que cuando levantaba la vista lo real no era yo sino el
cuadro”…
La
madre de Theo amaba el arte, fue ella quien contagió ese amor y respeto ante
una obra. Momentos antes de la explosión
explicaba a su hijo: “Carel Fabritus era alumno de Rembrandt y
maestro de Vermeer y este pequeño cuadro es, en realidad, el eslabón perdido
entre los dos … Egbert era vecino de Fabritus y tras la explosión del polvorín
perdió la razón. Pero Fabritus murió y
su estudio quedó destruido junto con casi todos sus cuadros menos éste. Fue uno de los grandes pintores de su tiempo,
en una de las épocas más importantes de la pintura”.
Theo
describe los síntomas que padece cuando pasa por períodos de abstinencia ante
las drogas: “… trabajar me distraía del malestar. Los escalofríos llegaban a
intervalos de diez minutos y luego comenzaba a sudar. Mocos, ojos llorosos, contracciones
sorprendentes. El clima había cambiado y
la tienda estaba llena de gente, murmullos y ajetreo; los árboles en flor de la
calle eran blancos estallidos de delirio.
Tenía las manos firmes sobre la caja registradora la mayor parte del
tiempo, pero por dentro sufría”
… “pero depresión no era la
palabra. Eso, era la caída rodeada de un
dolor y una repugnancia que iban mucho más allá de lo personal: unas náuseas
torrenciales y enfermizas hacia toda la humanidad y el empeño humano desde los
albores de los tiempos. La violenta
repulsión del orden biológico. La vejez,
la enfermedad, la muerte. No había
escapatoria para nadie. Incluso los valientes eran fruta blanda a punto de
pudrirse. Y sin embargo, la gente seguía cogiendo, reproduciéndose y trayendo nueva
carnaza para la tumba; producir cada vez más seres para que sufrieran de ese
modo era algo así como redentor, noble e incluso moralmente admirable;
arrastrar a más criaturas inocentes hacia un juego en el que todos pierden”.
Descripción
del momento en que consume: “Boris tenía razón sobre la droga, era tan
pura que una porción de tamaño normal me dejó tumbado y durante un intervalo
indefinido, floté de manera agradable al borde de la muerte, entrando y saliendo
de ella. Ciudades, siglos. Me deslicé dentro y fuera de momentos
lánguidos, deliciosos, con las persianas bajadas, sueños de nubes vacías,
sombras cambiantes, una inmovilidad como la de las maravillosas piezas de Jan
Weenix, aves muertas con las plumas ensangrentadas colgando de una pata, y en
el soplo de conciencia que me quedaba, creí entender la secreta grandeza de
morir, toda la sabiduría que se le negaba a la humanidad entera hasta el mismo
final: sin dolor, sin miedo, un magnífico distanciamiento, yaciendo en una
capilla ardiente sobre la barcaza de la muerte y perdiéndose en las grandiosas
inmensidades como un emperador que se va, se va, observando a todos los que
correteaban a lo lejos en la playa, liberados de todas las viejas nimiedades
humanas del amor, el miedo el dolor y la muerte”.
En
fin, podría seguir copiando párrafos enteros con la idea de animarles a leer El
jilguero novela donde algunos personajes como Hobie nos devuelven la fe en la
humildad. Boris entrega la ironía y los chistes junto con su inquieta forma de ser. Y también seremos testigos de la evolución
psicológica de Theo que lo lleva finalmente, al legado inmaterial que su madre le
inculcó de niño.